viernes, 5 de octubre de 2018

Y EN EL ORDEN ENCONTRÉ MAGIA



En una de esas conversaciones relajadas que se dan tras un diálogo filosófico me comentó una participante cuán importante había sido para ella el método de Marie Kondo. Yo ya conocía ese nombre (sería poco menos que un pecado social y cultural no conocerlo), pero eso de leerme un libro sobre cómo ordenar mi armario no me atraía nada. Pero, no sé por qué, decidí echarle un ojo al libro (por eso de que una tiene que estar básicamente al día de lo que pasa por el mundo). 
He de reconocer que me gustó el “espíritu” del libro, un espíritu muy zen en mi humilde opinión; también me gustó el significado de fondo y que no es otro que ser feliz. Cuando Marie Kondo habla del sentido tanto de guardar cosas como de desecharlas no se centra tanto en en su utilidad o en su cantidad sino en su capacidad de proporcionarte felicidad. Reconozco que la filosofía zen me atrae mucho, su delicadeza, el cuidado e incluso el ceremonial que imprimen incluso a sus actos más cotidianos para que todo (incluso tomarse una taza de té) sea un gesto cargado de significado y belleza. Me fascina su estética, no es raro la devoción que le tengo al texto de Tanazaki El elogio de la sombra. No es una lectura comparable con La magia del orden, sin embargo…, me ha transmitido de otro modo esa misma atmósfera sutil y delicada. 
Poner orden está bien, es una verdadera gozada que te rodee esa ligereza, esa armonía, ese “aire” que otorga el orden a los espacios. No obstante, para mí no ha sido eso lo más sustancioso sino el que me ha recordado la importancia de sentirme en armonía con lo que me rodea, que todo tiene vida y hay que respetar la vida en todas sus formas: humana, animal, vegetal y también la de las “cosas”. Conservaba un maletín Tous precioso que podía considerarse vintage porque ese modelo ya no lo fabrican (o eso creo) y que guardaba porque me dolía deshacerme de él. Cuando me di cuenta de que no le estaba dando la oportunidad de cumplir con su dharma, con su razón de ser, eso me dolió más y me llevó a buscarle una nueva dueña que lo sacase de la oscuridad en la que vivía. He hecho lo mismo con diferentes objetos y me he sentido muy feliz por ellos. 
Otro aspecto con el que he comulgado profundamente, además de que lo que te ha de llevar a decidir con que te quedas y que cosas dejas ir es si te hacen feliz, es que no se trata de concentrarse en tirar cosas. Hacer eso es restarle valor a ese objeto y a la persona que eras cuando llegó a tu vida. En lugar de pensar en “tirar” cosas hemos de pensar en “dejar ir” cosas en actitud de agradecimiento. Parece una tontería pero la carga mental y emocional es muy distinta. Vuelvo al ejemplo del maletín, podía haber optado por conservarlo porque me gustaba pero..., no me hacía feliz tenerlo y no usarlo. Se trataba de “darle vida” de alguna manera, tenerlo a la vista para poder disfrutar de ese objeto que me gusta, por ejemplo, o dejarlo ir -que no es lo mismo que deshacerme de él-. Resultó ser una tarea muy reconfortante porque me había olvidado de valorar muchas de las cosas que tenía y decidí conservar. 
Me resultó también muy interesante darme cuenta de aquellas cosas que, como el maletín, me costaba dejar ir, muchas con el tan conocido “por si acaso”. ¿Cuantas cosas hay que no necesitamos y que tampoco nos encantan y, sin embargo, conservamos “por si acaso”? Todas esas cosas nos hablan de nuestros sentimientos de carencia y vivir rodeados de cosas que nos “recuerdan” lo que creemos que nos falta no parece ir en la misma dirección del sentimiento de felicidad. Ahora, cada vez que aparece una de esas cosas en mi radar la observo como a una amiga con la que tengo que entablar algún tipo de relación fructífera: ¿qué me quieren decir esos objetos que no dejo ir “por si acaso”?, ¿es algo del pasado que, en realidad, nada tiene que ver ya con mi presente?, ¿es algo que tendría que encarar aquí y ahora y que, por algún motivo, estoy rehuyendo?
Rodearte única y exclusivamente de aquello que te aporta felicidad es una forma más de potenciar la vida que uno quiere, con la que uno sueña. Uno debería rodearse siempre de aquellos pensamientos, personas, lugares y cosas que le potencian, con las que se siente en armonía tanto en forma como en esencia. De este modo, el acto de poner orden desde este enfoque se convierte en un acto de magia simpática y también en un acto filosófico, porque te obliga a hacerte algunas preguntas: ¿Sé lo que quiero en la vida? ¿Sé qué es lo que me hace feliz? ¿Estoy dando los pasos que me pueden conducir a ese lugar?


viernes, 28 de septiembre de 2018

LA FORMA EN QUE NOS MIRAMOS




El otro día leía un artículo de Caitlin Moran en el que contaba que había engordado un par de kilos y que se suponía que debería importarle -incluso había estado esperando la aparición de una "vocecilla" insidiosa y critica- y la verdad es que no le importaba. Un par de kilos no es un tema de salud sino un tema meramente estético.
Su desparpajo y su aceptación de la situación me hizo reflexionar acerca de la forma en que nos miramos. Hay mucho sufrimiento relacionado con una mala relación con el cuerpo, lo veo a diario. Nuestro cuerpo es un elemento fundamental en la construcción de nuestra identidad y por ese motivo no es un tema a tratar con ligereza. Creo que al ser un tema tan importante y generar tanto sufrimiento, se merece que nos paremos todos y cada uno de nosotros a revisar nuestras creencias al respecto, que reflexionemos acerca de la realidad de lo que yo creo sobre mi físico y sobre la importancia que este tiene dentro de ese Todo que soy Yo. 
Para empezar lanzo una pregunta, ¿crees que tú o que yo somos capaces de ver la Realidad, con mayúsculas, o vemos una realidad interpretada, una realidad con minúsculas? Es decir, una realidad filtrada por mis ideas, por aquellos que deseo, por aquello de lo que huyo, por mis experiencias previas... En definitiva, por mi cosmovisión. Si esto es así, y si yo tengo la creencia de que carezco de atractivo físico, por ejemplo, de que estoy un poco gorda, de que no tengo un pecho bonito, de que con mi físico no me van a querer, etc. Si yo tengo esa creencia, ¿crees que si la Realidad objetiva fuese que soy preciosa, que soy tan guapa como... (que cada cual ponga en su mente a su ideal de belleza), crees que si esa fuese la Realidad cambiaría algo? ¿Yo sería capaz de apreciarla? ¿Sería capaz de darme cuenta? No, no lo creo. Todos sufrimos algún grado de distorsión de nuestra imagen corporal porque, como sujetos que somos, para nosotros la realidad siempre será, en mayor o menor medida, subjetiva. No, lo importante es lo que pensamos, en este caso, sobre quién soy y sobre cómo soy, sobre qué es bello y qué no lo es, sobre lo que hace que una persona sea digna de amor y qué no, etc. 
Recuerdo con mucho cariño a quien fue mi primera asesorada, una mujer bellísima: alta, delgada, rubia, muy elegante y estilosa que ya andaba por los cincuenta y pico de años. Me decía que era incapaz de ir a la playa y disfrutar porque estaba muy pendiente de su cuerpo, que en lo único en lo que podía pensar era en sus “imperfecciones”, con lo cual cuando “tenía” que ir a la playa por algo siempre lo hacia tapada de arriba a abajo. Desde su momento presente, mirando a su pasado, se sentía tonta porque veía sus fotos de cuando era una jovencita y se reconocía preciosa: guapa, delgada, estilosa... Se daba cuenta ahora y se echaba en cara no haber disfrutado más de su físico en lugar de esconderlo. Se recriminaba eso sin darse cuenta de que, en la actualidad, estaba repitiendo exactamente el mismo patrón. La mujer que yo veía y la mujer que ella veía eran realidades muy distintas.
Utilizando la metáfora de la película Matrix, ciertamente vivimos en un matrix, una “realidad virtual” que no ha tenido que crear ninguna inteligencia artificial malvada sino que nos la hemos creado nosotros mismos. De todas las realidades que podíamos generar, hemos creado una difícil y dolorosa, un matrix en el que aquí y ahora siempre falta algo, un algo que nos impide disfrutar plenamente de ser quienes somos, de lo que tenemos en este momento. 
Me pregunto por qué ocurre esto. Creo de verdad en lo que afirmaban Sócrates o Espinosa, que el impulso natural de todos nosotros siempre está orientado hacia nuestro bien. Ciertamente, existe un impulso natural de todo lo viviente por desarrollarse, por crecer, por mejorar, por ganar en fortaleza, en expresión, en potencia. Eso está en el entramado mismo de la vida. No sé vosotros, pero yo nunca le he escuchado decir a alguien “me gustaría ser más tonto cada día”. Si yo lo que busco siempre es mi bien es evidente que ese impulso no solo no es el problema sino que es imposible aniquilarlo, quizás adormecerlo o pervertirlo pero no hacerlo desaparecer. Se dice que si se dan las circunstancias apropiadas todo tiende a desarrollarse al máximo. Bien, ¿quién dice que no es así?, ¿y si resulta que sí que se dan, siempre, las circunstancias apropiadas? No necesariamente las circunstancias que me gustan, pero sí las que necesito. Solo si me “creo” la historia de que las circunstancias, o mis circunstancias, son negativas o dañinas y que me impiden estar en paz y ser feliz, solo entonces (cuando asiento a esa idea y la convierto en una creencia) mis circunstancias me harán daño, me impedirán estar en paz y ser feliz.
Volviendo al tema que nos ocupa, si yo deseo ser bella porque tengo en mi el anhelo por desarrollar mi Belleza en su máxima expresión, ¿significa eso necesariamente que no soy ya bella o que la belleza es una cuestión meramente estética? ¿Quién lo dice? Por otro lado, ¿la mejor forma de desarrollarme, sea en el aspecto de la belleza o en cualquier otro, es desde un sentimiento de carencia? ¿Su efecto no es más bien el contrario? Paralizarme, menospreciarme, castigarme, esconderme, fustigarme, etc.
Yo amo la belleza de las formas porque me produce placer observarla (y tocarla, oírla, saborearla, olerla) y ese placer me genera un estado interno que es lo que verdaderamente tiene valor. Platón diría que ese bienestar viene de que la Belleza despierta en nosotros la reminiscencia de nuestra patria celeste, de ese lugar/estado de felicidad que nos pertenece y que queda sepultado por el “barro” de la ignorancia. Por eso anhelamos la belleza, por eso es importante estar rodeados de belleza (objetos bellos, personas bellas, sentimientos bellos, músicas bellas, lecturas bellas), que todo sea un recordatorio de lo que soy y de lo que quiero realmente en mi vida. La belleza la veo más como un sentir que como algo “objetivamente” bello: si yo siento que soy bella me veré bella, y si siento que el mundo es intrínsecamente bello más allá de que esté, igual que yo, en proceso de desvelamiento, lo veré bello. 
Alguien me podría decir que eso es una sugestión, puede ser, pero, ¿no es también una sugestión creer que no soy bella? Yo no abogo por cambiar una sugestión por otra, abogo por, primero, darme cuenta de que lo que yo creo no tiene por qué ser verdad. No estoy obligada a asentir a todas las ideas que pasan por mi mente. Creer que no soy bella no es más que haber asentido a una idea que pudo haber llegado a mí de muchos lugares (mis padres, mi educación o una mala experiencia) y, segundo, una vez que te empiezas a cuestionar la verdad de esa creencia se trata de ver qué efectos tiene sobre ti y sobre los demás creer eso y quien serías tú sin esa creencia. Puede que te des cuenta de que no te aporta nada bueno, todo lo contrario. Solo eso ya pone en claro cuestionamiento esa idea porque cualquier creencia que me robe poder, que me robe fuerza y confianza, va en contra de ese anhelo puro por crecer un poco cada día. Es decir, va en contra de la condición misma de la vida. Incluso, puede que tener esa creencia sí te afee: puede que te haga esconderte de los demás y ser de trato poco agradable; o que estés demasiado pendiente de ti y te vuelvas poco generosa; o que te maltrates; o que seas tristona y eso haga que la gente termine huyendo de ti. Todo eso sí afea. 
Repito, no se trata de cambiar un patrón por otro patrón más “adaptativo”, se trata de ir observando más y más qué hay de verdad en esas creencias para ir dejando de lado lo que descubro que no soy y dando espacio a vivir lo que sí soy. Si me doy cuenta de que la creencia de que no soy bella, o de que no soy suficientemente bella, es lo que, en realidad, me está restando brillo y belleza (y no que sea más o menos alta, más o menos delgada, más o menos rubia), eso está en el ámbito, como bien nos recuerdan los filósofos estoicos, de lo que depende de mi. Darme cuenta de eso me permite empezar a vivir lo que sí soy: si me estaba escondiendo empiezo a mostrarme, a desvelarme; si estaba demasiado pendiente de mí y no “veía” a los demás practico la generosidad de estar presente en la relación y olvidarme un poco de mí misma; si descubro que me trato mal, que soy dura, inflexible, que voy con la “cara larga” por la vida empiezo a tratarme bien, a quererme, a suavizar mis rasgos, eso me dará una luz y una ligereza que está más próxima a la Belleza que un “careto” amargado, una postura corporal demasiado rígida y cerrada, estar todo el día dandole vueltas a “mis” imperfecciones o tener comportamientos compulsivos en pos de que me quieran porque yo no soy capaz de quererme. 
Empecemos a mirarnos mejor, aunque solo sea por mostrar un básico respeto hacia lo mejor de nosotros mismos y una mínima compasión por nuestras vulnerabilidades. Y a partir de ese primer paso vayamos soltando ataduras, miedos, creencias limitadas “porque Yo lo valgo”, y ese “yo” no es el yo pequeñito que nunca se siente suficiente sino es ese Yo, con mayúsculas, que quiere lo mejor para nosotras no por sentirse carente sino, todo lo contrario, por sentirse, citando a Walt Whitman, inmenso y contener multitudes. 

sábado, 18 de marzo de 2017

Acerca de la aceptación y el cambio


Hace unos días una amiga compartía un texto del pedagogo y filósofo Gerardo Schmedlin porque le había gustado mucho, tanto que lo tenía casi todo subrayado. Dicho texto empezaba así «Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento. Sufres porque no aceptas lo que te va ocurriendo a lo largo de la vida y porque tu ego te hace creer que puedes cambiar la realidad externa para adecuarla a tus propios deseos, aspiraciones y expectativas.» Me pareció curioso porque ese mismo día había visto una charla de Sergi Torres en la que hablaba del cambio. Le había estado dando vueltas al tema a lo largo del día pues me parece un misterio fascinante y tan profundo que puedo intentar bucear en él una y otra vez y siempre, siempre, me revela nuevos matices y me muestra que son muchos aun los velos que me quedan por levantar.
Ese día, pues, le había estado dando vueltas al tema de que cuando queremos cambiar algo, sea lo que sea, de alguna forma implica que no aceptamos lo que la vida a puesto en nuestro camino. Nos resistimos, como si tuviésemos la creencia de que nosotros sabemos qué es lo mejor para nosotros, para el otro, para el mundo. Queremos cambiar algo porque no lo comprendemos (y esa incomprensión se puede vestir de miedo, de frustración, de impotencia, de idealismo…, de muchas formas). Pero, y eso es la más gracioso del tema, ¿por qué quiero cambiar algo que no comprendo? Si no lo comprendo, no puedo saber si es intrínsecamente bueno o malo. ¿Cómo quiero hacerlo? ¿Desde la ignorancia? ¿No es eso una locura?
Y de eso trató la conversación que mantuvimos un grupo de amigas alrededor de ese texto de Schmedlin.  Queremos cambiar porque no somos capaces de amar la realidad en toda su amplitud, solo amamos aquello que le gusta a nuestra personalidad, ego, eneatipo…, o aquello que comprendemos, concebimos o, como especifica el texto, se adecúa a nuestros deseos, aspiraciones y expectativas. Si confiamos en el fondo inteligente y benéfico de la vida, si la amamos, seremos capaces de aceptarla sin reservas. Ante esta idea de la aceptación de lo que es, de lo que hay, una amiga compartió su vivencia al respecto y que era que le gustaba escuchar hablar así de la aceptación, pero que no terminaba de aceptarlo. Que ella quería cambiar cosas, no podía evitarlo, y que en el fondo creía que era lo correcto tratar de cambiar ciertas cosas.
En ese momento la conversación giró en torno a la diferencia fundamental entre aceptar y conformarse. Acerca de que aceptar es centrarse en el presente, de la forma más lúcida y objetiva posible, y desde ahí ver qué es lo que yo puedo hacer realmente, qué es lo que puedo cambiar. Como dirían los estoicos, qué es lo que depende de mí en esta situación. Y todo lo demás…, soltar, confiar, porque en el fondo no sabemos porqué pasan las cosas. Nuestra inteligencia humana no puede abarcar la totalidad de la realidad.
Tras este intercambio de impresiones, ya en mi casa, mi mente seguía dándole vueltas al tema porque intuía que había faltado algo importante. Y ese es el motivo de esta entrada en el blog: clarificar ese algo que se quedó en el tintero. Ese algo importante, he visto después, era precisamente el punto de partida de la conversación: cuando queremos cambiar las cosas, sean las que sean, aunque sean las que dependen de nosotros, en cierta manera le estamos diciendo que no a lo que hay, a lo que acontece, a la vida. No estamos amando, estamos juzgando. Y esa idea me llevó a un momento en mi formación como asesora filosófica en que la filósofa Mónica Cavallé nos hablaba de la visión del artista y la del moralista. El moralista mira a su alrededor, a la vida, a la realidad y dice “esto está mal, hay que cambiarlo”. El artista mira la realidad, se maravilla de lo que ve y desde ese deslumbramiento, desde su enamoramiento, decide participar de esa belleza con una pincelada, con un toque, con una genuina expresión de su ser.
Ese es el matiz que necesitaba aclarar. Si yo deseo cambiar las cosas porque no me gustan, porque no las acepto, porque me resisto, porque no confío, mi impulso vital es erróneo. No busco el cambio desde la paz, quiero cambiar las cosas porque las juzgo como intrínsecamente malas, me producen malestar y deseo encontrar la paz a través de ese cambio. Y así nunca encontraré la serenidad, siempre detectaré cosas que cambiar, cosas que están mal, que no me gustan. Ahora bien, si mi impulso a actuar nace de la aceptación, de la paz, de la alegría de ser (lo que en el hinduismo se llamaría Ananda), de mi necesidad vital de participar del momento presente, la vivencia y lo que esta me reporta es de una riqueza y de una potencia muy superior.
Así que, me recuerdo a mí misma, cuando sientas resistencia a algo, aprensión, prejuicio o alguna de las mil formas que puede adoptar la no aceptación no te dejas embaucar por los pensamientos que buscan rápidamente cómo cambiar las cosas. En realidad, es un regalo que la vida te ofrece para tu crecimiento, para tu auto-descubrimiento: sumérgete en el momento presente, mira qué es lo que te causa incomodidad, halla la creencia que sustenta esa sensación y profundiza en ella, responsabilízate de la verdad que alcances a ver a fin de deshacer el nudo. Y si por ti mismo no sabes cómo hacerlo, reconoce también esa verdad y busca ayuda porque nada hay más importante que descubrir tu propio camino de plenitud.

jueves, 9 de marzo de 2017

Mirar, ver, aceptar


En «La mirada filosófica»tratábamos de abordar lo que puede ser una mirada filosófica, una mirada que va desgranando todo aquello sobre lo que se posa y que puede ser muy útil para mirarnos y en realidad vernos. El mito egipcio de Horus nos revela también la manera en que éste encontró el camino hacia el autoconocimiento.
El Udjat es uno de los símbolos más conocidos del país de las Dos Tierras, el ojo del dios Horus. En el largo relato mitológico acerca de Horus y su enfrentamiento con el mal en forma del dios Seth, hay un episodio en que Horus, en la lucha, pierde un ojo que cae en el barro. Tras este revés Horus entra en una etapa de confusión hasta que, con la ayuda del dios de la Sabiduría Thot, restaura su ojo. A partir de ese momento su mirar ya no es el mismo, porque su ojo ha adquirido cualidades mágicas. Es decir, el esfuerzo del autoconocimiento, por parte de Horus, que le lleva a restablecer la visión perdida ha enriquecido y ha dado profundidad a su mirar.
Es normal que en el diario batallar en algún momento nuestra mirada se empañe o caiga directamente en el lodo, como le ocurre a Horus. Son muchas las circunstancias que pueden hacer que nuestra visión se enturbie y todas ellas pueden ser valiosas lecciones para salir fortalecidos y que nuestro ‘ojo’ adquiera cualidades ‘mágicas’.
Puedo sentir que en determinado momento mi luz se ha visto mermada; que mi serenidad se torna huidiza; que he olvidado dónde hallar la alegría y he de fingirla porque ya no es la pura expresión de mi sentir; que mi mente está ofuscada y que miro, pero no veo…, ¿qué puedo hacer? puedo recurrir a una frase muy sencilla: «Darse cuenta». Eso, en sí mismo, otorga un gran poder, pero no es suficiente. ¿Y después? Sócrates lo tuvo muy claro, tomó para sí el tramo final de la inscripción que lucía en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: «Oh, hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses», y lo hizo el pilar de su viaje sapiencial.
Para poder iniciar ese viaje de auto-conocimiento lo esencial es no asustarse, no huir y aceptar lo que sea que esté ahí: acepto que estoy viendo el mundo, las personas, mis circunstancias, etc., de una forma negativa, oscura; o acepto que no estoy sereno, que tengo los nervios crispados, que siento un nudo en el pecho, o en el estomago, que me altero con demasiada facilidad; o acepto que he perdido la alegría, que mi sonrisa nace y muere en mi rostro pero que no la siento; o acepto que estoy ofuscado, que no soy capaz de discernir, de ver, de comprender, de decidir… Acepto que eso está en mí en este momento, me doy cuenta y acepto. No podemos aceptar lo que no reconocemos, por más que nos duela realizar ese acto de reconocimiento, y aquello que no vemos, que no reconocemos, se escapa por completo a nuestro control, a nuestra acción sobre ello.
Acepto porque, entre otras cosas, a poco que miro a mi alrededor veo que las realidades materiales, los organismos vivos, incluso mis estados mentales y emocionales, todo está en permanente cambio. Como muy bien decía Heráclito “No es posible ingresar dos veces en el mismo río, ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado”, pues ni el río es el mismo, ni nosotros lo somos. Asiento ante el cambio como parte de la realidad, del hecho de estar vivo. Lo observo, penetro en él y descubro lo imperecedero en lo perecedero. Descubro el brillo del diamante tras la capa de barro…, e inicio la tarea de ir quitando lo que le sobra a esa refulgente joya. Se trata de restaurar el ojo, como nos muestra el mito, conectar con nuestra realidad última y mirar a través de ella.
Hay algo en nosotros que permanece a través de todos esos cambios que experimenta nuestra apariencia, nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras circunstancias. Es algo que todos hemos experimentado: a lo largo de los años, ¿cuántas veces habremos cambiado de ideas, de opiniones, incluso de color de pelo, e incluso alguno ya no tiene tanto pelo? ¿Hemos dejado de ser? No. A veces podemos tomar distancia suficiente para observar, darnos cuenta, que estamos tensos, crispados o de mal humor. Quien observa eso, quien se da cuenta de eso, no está ni tenso, ni crispado, ni de mal humor. De lo contrario sería incapaz de tomar distancia, sería presa del estado emocional o mental. A este ‘observador’ es al que evocaba Sócrates cuando se entregó a la búsqueda de la verdad, un observador al que denominó daimon.

Artículo aparecido en Homonosapiens: http://centropnlchile.cl/Coaching%20Plan%20de%20vida.html


miércoles, 1 de junio de 2016

¿FILOSOFÍA? PERENNE, POR FAVOR


Estamos viviendo tiempos difíciles para la filosofía, no solo para el pensamiento crítico acerca de la sociedad en la que vivimos, de los valores que se nos imponen, de la educación que damos y recibimos, de las potencias que mueven los hilos a nivel mundial, etc.; también son tiempos difíciles para esa mirada reflexiva que indaga sobre la propia filosofía operativa, que pone la luz de la conciencia en el propio sistema de creencias que explica nuestra conducta, que aclara porque hacemos una cosa y no otra, porque vamos por un camino y no por otro. Nuestra filosofía de vida es la clave de nuestra libertad interior, ese lugar central desde el que podemos elegir cómo vivir incluso aquellas circunstancias que podemos catalogar de inevitables y en las que parece que no existe margen donde hacer uso de nuestra capacidad de elección.
La filosofía y los filósofos siempre han resultado algo incómodo, especialmente para aquellos segmentos de la sociedad a los que no les parece deseable que la gente piense, se cuestionen el modo de funcionar del mundo en el que viven, que aprendan que son dueños y responsables de sí mismos en todo momento y circunstancia. Pienso que de ahí el ahínco en convertir a la filosofía en sinónimo de especulación, de pura teoría que no tiene ningún punto de conexión con nuestra realidad externa ni con nuestra realidad interna. Nos han hecho olvidar que durante mucho tiempo fue considerada la vía por excelencia para alcanzar la plenitud vital.
Filosofía significa, etimológicamente hablando, amor a la sabiduría. Y ese es su sentido originario. La sabiduría, el saber, la verdad, va más allá de un mero conocimiento racional, implica un posicionamiento activo. La palabra «amor a» también implica una predisposición activa. Nunca se trató meramente de saber, y menos de adquirir conocimientos, lo esencial era encontrar la forma idónea de ser plenamente coherente: que lo que sabes, sientes y finalmente haces, vives, formen un solo ser. Creo que si somos capaces de alcanzar dicha coherencia filosófica alcanzaremos una serenidad indestructible, una felicidad existencial que predominará más allá de los vaivenes de nuestras circunstancias personales.
La coherencia personal se alcanza desde el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos y, por el contrario, el sufrimiento mental evitable nace siempre de las oscuras aguas de la ignorancia.
La historia de la filosofía, tanto de Oriente como de Occidente, desde esta perspectiva se torna un inmenso firmamento repleto de brillantes estrellas, pues cada verdad alumbrada es una luz que exorciza la oscuridad. Muchas son las estrellas que iluminan el camino, muchos los filósofos cuya vida y experiencia pueden ser útiles a otros que quieran transitar el mismo camino. Esta sabiduría no pertenece a nadie, no tiene nombre y apellidos, no posee un carácter cambiante como el de la filosofía especulativa. Un buen número de pensadores del siglo XX unificaron esta filosofía imperecedera bajo el nombre de «filosofía perenne».

Artículo aparecido en Homonosapiens http://www.homonosapiens.es/filosofia-perenne-por-favor/

martes, 24 de mayo de 2016

LA MIRADA FILOSÓFICA

Nuestras experiencias vitales, que no nuestras circunstancias de vida (empleando el término que utiliza Eckhart Tolle), dependen en gran medida de nuestra forma de mirar el mundo y hoy quiero compartir aquí algunas impresiones sobre lo que yo siento que es un mirar filosófico.
A nadie le gusta, conscientemente, ser engañado. Todo hombre ansia comprender lo que le sucede y lo que sucede en su entorno. El impulso de buscar lo verdadero, lo auténtico, lo real forma parte de nuestra naturaleza, es indisociable a esta. Si entendemos por filosofía amor a la sabiduría, este impulso bien canalizado da nacimiento a esa mirada filosófica. Aprender para poder obrar sobre la materia, para estar al día, para dotarnos de un aura de intelectualidad, para tener algo de que hablar, para lograr un puesto de trabajo…, nada de esto es verdadero saber. Son metas legítimas, por supuesto, pero si hacemos de ellas nuestros objetivos primordiales nos veremos abocados a una vida empobrecida, carente de plenitud y creatividad.
Como muy bien descubrió Viktor Frankl, psicólogo humanista, el ser humano tiene una profunda exigencia de sentido. El que afronta su vida y sus actividades como Sísifo afrontaba diariamente su infructuosa tarea, se sumerge en el más profundo vacío. Sísifo es un personaje de la mitología griega que, cuando va al infierno, el castigo que se le impone es precisamente ese, el de tener que realizar eternamente una tarea infructuosa: subir una gran roca a lo alto de una montaña y, justo antes de llegar, ver como esta caía rodando hacia abajo y vuelta a empezar, eternamente. El sinsentido es, ciertamente, un castigo infernal.
La pregunta que nos debemos hacer periódicamente no es acerca del sentido de la vida, sino acerca del sentido de mi vida, de su dirección. ¿Sé hacia dónde voy? ¿He reflexionado sobre ello? ¿Qué es lo que quiero, realmente? ¿En mi día a día estoy dedicando un tiempo a aquello que realmente quiero, o mi día a día esta plagado de actividades estrictamente utilitarias? Los grandes filósofos siempre han dicho que la filosofía no es algo utilitario, como el verdadero arte, sino que se le busca, se le ama, por sí misma. No sé si esto se entiende bien, pero es importante. Uno es filósofo no porque tenga un título, sino porque ama la verdad, y este amor le transforma y le lleva a una vida feliz, serena, plena. Pero no es porque la meta sea la felicidad. Si uno se acerca a la filosofía con la meta de la felicidad, o de la erudición, o cualquier otra, su mirada, esa mirada filosófica de la que hablo, se estrechará. En cambio si uno, humildemente, lo que busca es la verdad y que ésta tome posesión de él, su mirada se ampliara hasta abarcarlo todo.
Cuenta Viktor Frankl, cuando narra su experiencia como psicólogo y como hombre que ha estado en un campo de concentración nazi, que aquellos que tenían una rica vida interior, que sentían que había «sentido» en ella (alguien que les estaba esperando, un proyecto que sentían la necesidad vital de realizar, etc.) soportaban mucho más, y con una mayor dignidad, que aquellos que carecían de ese «sentido» vital. En consulta filosófica he conocido ya a muchas personas que objetivamente parecen tenerlo todo, pero que sienten que no tienen nada real, verdadero. Creen que no tienen ningún asidero firme que las sostenga, que les proporcione sentido y plenitud cuando todo lo que hay que hacer es cambiar el enfoque, la forma de mirar.
La mirada filosófica de la que estoy hablando nace cuando contemplamos las distintas realidades que se nos muestran sin objetivo alguno, sin tratar de extraer de ellas una función, una utilidad, un concepto. Observamos con sed de comprensión, de penetrar en su verdadero ser. Nada más, no hay exigencias, y como no exigimos se nos entrega Todo. ¿Qué pasa a partir de ahí?, no se puede expresar con un lenguaje racional, de ahí que los grandes maestros de sabiduría, místicos, artistas, etc. , hayan tenido que envolver su vivencia con colores, sonidos, metáforas, paradojas…

Artículo aparecido en Homonosapiens. http://www.homonosapiens.es/la-mirada-filosofica/

jueves, 14 de abril de 2016

LA SAGA CHALION, DE LOIS McMASTER BUJOLD


He tardado, pero al fin escribo la prometida entrada sobre la Saga de Chalion, de Lois McMaster Bujold. He de confesar que me gusta mucho tanto las novelas de ciencia ficción como las de fantasía, por lo que soy incapaz de ser absolutamente objetiva. No obstante creo que, dado que nos es una historia de elfos, duendes, etc., y por la calidad de su contenido, puede gustar a los no excesivamente amantes del género.

Antes de seguir con la entrada quiero traer aquí unas palabras que Elkhart Tolle escribe en el prefacio de «Un diamante en el bolsillo»:

La gente seguirá disfrutando de las historias que contienen verdades espirituales en libros y películas, pues siguen desempeñando la función vital de iniciar el primer despertar en aquellos a los que no se habría llegado de no ser por ellas y por su capacidad de traspasar sigilosamente las defensas del ego.

No quiero decir que la saga de Chalion sean libros de iniciación espiritual, ni mucho menos. Se trata de novelas, pero estas palabras de Tolle me parece que explican perfectamente lo que siento, en general, ante el arte y, muy particularmente, con la buena literatura.

Sigo diferentes blogs de temas diversos para intentar estar un poco al día de «todo», aunque eso sea imposible. Gracias a uno de estos blogs descubrí a Lois McMaster Bujold. Escribía en una anterior entrada del blog que « …esta escritora ha sido galardonada nada menos que cuatro veces con los Premios Hugo, y que es la creadora de una conocida y premiada serie de libros de Ciencia Ficción.»

La saga de Chalion es una trilogía formada por:

1.    Los cuervos del Zangre.
Sinopsis:
Lois McMaster Bujold ha acaparado buena parte de los premios Hugo de la primera mitad de los 90, demostrando así la tremenda popularidad que ha alcanzado en Estados Unidos con sus novelas.
Después de dos años encadenado a un remo en una galera roknari, Lupe de Cazaril, noble de sangre, regresa a su casa en Chalion como un hombre humilde y anónimo, cruelmente marcado por el látigo y las penurias. Sin tierras, con los honores adquiridos en batalla y los viejos rencores casi olvidados, ahora sólo aspira a servir en el mismo castillo en el que una vez fue paje. Sin embargo, los dioses de Chalion parecen haberle reservado otro destino.
Tras convertirse en secretario y tutor de Iselle, la nieta de los señores de Chalion, Cazaril se verá pronto implicado en las intrigas, la corrupción y las oscuras tramas de la corte que florecen bajo el débil mandato de Orico. La ambición que rodea el futuro de la joven Iselle y el poder de Chalion le obligarán a enfrentarse de nuevo a los hombres que le traicionaron una vez.
En Los cuervos del Zangre Lois McMaster Bujold vuelve a demostrar su enorme talento a la hora de crear complejas y creíbles tramas políticas, en las que entrelaza a unos personajes tan humanamente imperfectos como memorables.

2.    El legado de los cinco dioses.
Sinopsis:
El antiguo soldado y cortesano Lupe de Cazaril se ve atrapado por una compleja red de tramas políticas y magia negra que terminará por obligarlo a afrontar una maldición que amenaza las vidas y las almas de una familia a la que ha aprendido a amar.
A fin de proteger a la familia real, Cazaril deberá superar sus propios temores, hacer frente a adversarios tanto tangibles como incorpóreos y sacrificarlo todo, hasta su vida, con tal de eludir de una vez por todas el mortífero legado de los dioses que va unido a la corona de Chalion. Pero... ¿cuántas veces puede dar un hombre su vida?
Lois McMaster Bujold, que ya se ha ganado el aprecio de la crítica y de los lectores con su aclamada serie de ciencia-ficción protagonizada por la dinastía de los Vorkosigan, da un giro a su trayectoria para sumergirse en el género de la fantasía heroica y urdir una historia, que ensalza el sacrificio personal y la faceta mas humilde del heroísmo. Sus carismáticos personajes, y el mundo que describe en detalle hacen de El legado de los cinco dioses un reclamo irresistible para los aficionados a la literatura fantástica.

3.    Paladín de almas.
Sinopsis:
Tres años han pasado desde que la enviudada Royina Ista diera con el modo de liberarse de la maldición que la mantenía prisionera en el castillo familiar de Valenda. Mas su nueva libertad es costosa, llena de recuerdos agridulces, arrepentimiento y secretos culpables, pues conoce la verdad sobre lo que llevó a su tierra al borde de la destrucción.
Pero otras cosas se han liberado de sus grilletes, cosas que van más allá de la definición de letal. Al norte se encuentra la fortaleza fronteriza de Porifors; allí también moran los recuerdos de guerras, de invasiones, del poderoso general Jokona. Y alguien, algo, vigila desde esa frontera: humanos, demonios, dioses.
He disfrutado mucho con su lectura, no solo por tratarse de novela fantástica, especialmente por alguna de sus reflexiones. Aquí os dejo algunas perlas que aparecen en las novelas:

«Los dioses, aseguraban a los hombres los doctos teólogos de la Sagrada Familia, obraban de manera sutil, secreta y, por encima de todo, parsimoniosa: por mediación del mundo, no en él. Incluso para los agradecidos y excepcionales milagros curativos –o los más siniestros del desastre y la muerte- el libre albedrío del hombre ha de abrir un canal para que el bien o el mal entren en la vida de la vigilia.»

«Arrasaría el cielo por ti, si supiera dónde está.
Él sabía dónde estaba. Estaba al otro lado de cada persona viva, de cada criatura viva, tan próximo cono el reverso de una moneda, el otro lado de una puerta. Totas las almas eran un portal en potencia para los dioses.
Me pregunto qué ocurriría si nos abriéramos todos al mismo tiempo. ¿Se inundaría el mundo de milagros, se secaría el cielo? Tuvo una súbita visión en la que los santos eran el sistema de irrigación de los dioses; un racional y meticuloso sistema de compuertas que se abrían y cerraban para proporcionar a cada modesto sembrado de almas su proporción justa de agua.»

«En las galeras no éramos señores ni hombres. Éramos hombres o animales, y lo que demostraba qué eras no guardaba relación que yo supiera con la cuna ni la sangre.»

«No se puede hacer retroceder a la oscuridad con la razón. Hay que usar el fuego [es decir, la luz].»

Una de las protagonistas «conversando» con un dios:
«- No me está quedando correctamente, se preocupó ella. No me está saliendo bien.
-       Eres estupenda, la tranquilizó la voz.
-       Es imperfecto.
-       Todas las cosas atrapadas en el tiempo lo son. A pesar de todo eres estupenda. Qué suerte para nosotros que tengamos sed de almas gloriosas en vez de almas sin tacha, o realmente estaríamos sedientos, y muy solos en nuestra perfección. Continúa de forma imperfecta, brillante Ista.»

Y hasta aquí la entrada. Qué disfrutéis de las citas y, aquellos que se animen, de la lectura de las novelas.